Alétheia
Por Jesús Gerardo Puentes Balderas
Una expresión común como respuesta a la pregunta “¿Cuál es su opinión sobre los candidatos en turno?” –máxime en aquellos desencantados de la clase política– es “Todos son iguales”.
A punto de terminar las campañas y tres debates entre los candidatos a gobernador, son claros –por el simplismo de la respuesta– dos escenarios: una total indiferencia hacia las campañas políticas o total uniformidad en las propuestas de solución a nuestros problemas comunes.
Me inclino por la de falta de interés debida a la decepción por los políticos de todos los colores, a la que han contribuido con creces.
Empero, atribuir a la clase política y los gobernantes nuestra situación actual, es simplista a todas luces, habida cuenta que la cosa pública se fundamenta en ciudadanos con derechos y obligaciones, entre las que destaca elegir libremente a los gobernantes.
En diversas conversaciones sostenidas con ciudadanos –con estudios superiores y condición económica estable– me sorprendió escuchar comentarios como “¿Tú cuál crees que sea el candidato que nos pueda resolver nuestros problemas?” o “Yo prefiero a estos malos conocidos, al cabo todos roban y hasta las señoras que nos ayudan en la casa nos roban y así es”.
Respecto a su participación en política, su respuesta –casi unánime—fue: “Nosotros hacemos lo que nos corresponde en casa y con los hijos, trabajando y generando empleos, para lo público están los gobernantes: que resuelvan”.
Al preguntarles si vieron los debates, las mujeres mayormente respondieron: “Qué hueva perder el tiempo, solamente se insultan”, o “Me agrada el de UDC, pero no le va alcanzar”, sin faltar el “Ni a quién irle”.
Los candidatos vienen de familias promedio, con valores y principios compartidos por generaciones; si son simplistas y limitados, así será nuestra clase política. Por lo tanto, hay que desterrar pensamientos que normalizan el robo y la corrupción. Lo equiparan a “aprovechar la oportunidad” o engloban justificando el “todos roban y todos son corruptos” para concluir en “todos son iguales”.
Incapaces o indispuestos a salir un poco de nuestra zona de confort, queremos nuestros problemas resueltos por una persona: el Ejecutivo. La ciudadanía la limitamos exclusivamente a emitir nuestro sufragio el día de la jornada electoral y más nada.
¿Cuántos ciudadanos razonan su voto? ¿Cuántos investigan la trayectoria de los candidatos, sus éxitos, sus fracasos, sus propuestas? ¿Cuántos y cuántas veces nos hemos tomado el tiempo para conocer los mecanismos de participación ciudadana existentes en la legislación en la materia?
¿Cuántos le exigimos a los diputados que nos representen a nosotros y no a sus intereses particulares y de facción? ¿Por qué votar nuevamente por un candidato a diputado por segunda o tercera ocasión si su mayor logro es ir a levantar la mano?
Estimado lector, si coincide en que “todos somos iguales”, está en lo cierto: somos iguales, pero los políticos son nuestro reflejo. Entonces, si queremos políticos diferentes, honestos, transparentes y preparados, ¿Qué esperamos para ser ciudadanos honestos y preparados? Es momento de cambiar, pero nosotros.
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