Por @arriagaxxximena
A veces parece que hay que esforzarse demasiado para simplemente vivir. La vida debería ser más fluida.
¿En qué momento nos convencieron de que llevar una vida sencilla no estaba bien? Y no me malinterpretes, valoro la superación y la ambición, siempre y cuando sean genuinas y no impuestas por la sociedad consumista o las redes sociales que venden la abundancia de bienes como sinónimo de felicidad.
No necesitamos dejar un legado, escribir un libro, tener millones de seguidores, un cuerpo marcado o una familia perfecta.
Nos pasamos la vida avanzando, construyendo, dando pasos hacia adelante… y de vez en cuando hacia atrás para retomar fuerzas. Pero no te tragues la idea de que la vida es sólo ser hiperproductivo o que el tiempo vale únicamente si muestras resultados.
A veces está bien hacerse bolita en tu cuarto, ponerte tapones en los oídos, perderte en un libro o una película ligera, no contestar los mensajes, hacer cosas simples y descansar.
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El mercado consumista promueve el éxito superficial, no el talento; los bestseller, no lo mejor escrito; lo más “in”, no lo más auténtico. Por eso evita adoptar aspiraciones ajenas; crea tus propias metas, esas que verdaderamente resuenen contigo.
En las dos entregas anteriores hablamos de temas financieros, pero eso no significa que el dinero deba ser el centro de tu vida. Tener una situación económica equilibrada, y si es posible holgada, nos da la tranquilidad necesaria para concentrarnos en el desarrollo interior. Ese crecimiento que cada uno necesita para sentirse completo, en paz y feliz.
Vivir tranquilo significa encontrar la manera que mejor se acomode a ti. No se trata de acumular hábitos sólo porque otros lo hacen, sino de identificar lo que se ajuste a tu ritmo de vida actual, conectado con tus aspiraciones.
Desde la escuela nos enseñaron a seguir caminos predefinidos, a perseguir lo que otros consideran éxito.
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Pero no sacrifiques tu paz ni desperdicies tu vida intentando cumplir expectativas ajenas, ya sean de maestros, padres, hijos, amigos o parejas. Todo empieza por conocerte a ti mismo: identifica tus emociones, impulsos y reacciones. Comprende de dónde provienen, asúmelos con responsabilidad y actúa con equilibrio. Evita lo que te vuelve loco mientras aprendes a manejarlo.
Deja de echar culpas a todos y de todo; el victimismo simplemente no debe acompañarnos en el camino.
No te compares ni busques estándares impuestos. Estar suficientemente satisfecho y agradecido con lo que tú decidas sin comparaciones es estar bien.
Y para fortalecer tu bienestar, prácticas cero cursis de mindfulness pueden ayudarte a estar presente:
• Pon atención a tu respiración, a los sonidos a tu alrededor, a las sensaciones del cuerpo al estar sentado o en movimiento.
• Cuando estés con otras personas dedica un momento para estar plenamente presente mientras hablas con alguien (sí, pese a que se trate de tu jefe), haz un esfuerzo por escuchar sin interrumpir. Presta atención a sus palabras, gestos, tono de voz y mantén contacto visual. Evita interrumpir o pensar en tu respuesta mientras la otra persona está hablando. Simplemente escucha.
• Durante el día haz pausas de dos minutos para respirar, estirarte y reconectar con el momento.
• En las comidas saborea y mastica cada bocado.
• Sé amable contigo mismo, no te frustres si te cuesta mantener el enfoque o si te distraes fácilmente.
No es necesario hacer todo esto de inmediato. Comienza con uno o dos pasos y, a medida que te sientas más cómodo, incorpora más prácticas.
Al concentrarnos sólo en metas finales, olvidamos que el verdadero cambio está en el sistema que las sustenta. Otra vez citando a James Clear, en su libro Hábitos Atómicos, lo resume así: no te enfoques únicamente en el objetivo a lograr, sino en la persona que quieres llegar a ser.
Por ejemplo, en lugar de decir: “Estoy tratando de dejar de fumar”, adopta la identidad deseada: “No soy fumador”. Este cambio de mentalidad hace menos probable caer en la tentación.
Reemplaza los malos hábitos por alternativas que ofrezcan beneficios similares. Rodéate de personas con los hábitos que deseas adquirir y reformula pensamientos negativos con el poder del “pero”: “Nadie me respeta, pero estoy trabajando para ser más valioso.”
Nada en la vida debe manejarse como una receta de cocina o una poción mágica, pero la clase de educación emocional debiera ser parte de cualquier currículum escolar.
Aprender a manejar nuestras emociones no sólo nos ayuda a tomar decisiones más equilibradas, sino también a mejorar nuestras relaciones y resolver conflictos de manera constructiva. Centrarnos en el autocuidado, en el valor del amor propio es una necesidad.
Practica el respeto hacia tu cuerpo: toma agua, limita las compras de comida chatarra, evita los fast foods, haz ejercicio a tu manera, prioriza el descanso y encuentra actividades benéficas tanto para tu salud mental como física. Podemos implementar prácticas sencillas, como tomar descansos durante el trabajo, limitar nuestros días de fiesta o la hora de regreso, o nuestro límite de alcohol (pese a la “carrilla” o la presión social), caminar diariamente, prácticas de bienestar.
En tus relaciones fomenta una comunicación honesta y responsabilidad afectiva. Infórmate sobre tu cuerpo, tus derechos sexuales, las ETS (enfermedades de transmisión sexual) y la importancia del consentimiento. Romper tabúes no sólo libera, también construye vínculos más auténticos.
El éxito no debería generar estrés. Tú defines su significado. La felicidad no está en el futuro, está en cada momento del día, con nuestras personas, nuestras decisiones y nuestro cuerpo conectando en todo momento con nuestra felicidad interior.
Démonos el permiso de conocernos y aprender cómo hacerlo para volvernos ese ser que queremos y luego ya simplemente: ser.
Y que nada ni nadie te joda la vida, más que tú mismo, por pendejo.
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