Por @arriagaxxximena
En Coahuila, entre su pueblo, amor y odio se entremezclan. Las colonias siguen recibiendo con agrado a los jóvenes (algunos los llaman whitexican) güeritos bien peinaditos, ellos se dejan abrazar, besuquear, bailan alguno que otro cumbión y siguen escalando peldaños gracias a la estructura permanente del perecedero bastión tricolor. Continúan llenándoles el corazón y la alacena, comprometiendo su lealtad con una tarjeta de descuento, pero en tiempos electorales no es garantía, como quedó demostrado en la pasada elección, en la cual el temor invadió los conteos priistas por los números de votos, pues no mostraban ni siquiera los resultados esperados si su estructura completa hubiese cumplido. Eso sí, a la hora de pagar la tenencia hasta los de guinda tienen su Mera Mera.
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Son innegables las grietas en la organización del PRI, a pesar de la enorme cantidad de personas que votan con el corazón y la tripa por los “bonitos” en el poder. Muchas son las razones de esta debacle: los recursos del bienestar, cada vez mayores y más ampliamente distribuidos por el país; los influencers como herramientas de marketing político; los jóvenes con poco interés en estos asuntos; y, por supuesto, el desgaste de los mismos cuadros políticos, los cuales una y otra vez aparecen en las boletas o en las cabezas de las secretarías.
Parecen sordos a la vox populi: “siempre los mismos”, “ya han vivido muchos años del erario”, “todos son familia”, “nomás ellos haciéndose ricos”, “nació en cuna de oro”, etc.
En la Alcaldía de Saltillo es evidente: priistas y panistas se congregan en las esferas de mandos medios y altos para dar gusto a toda la familia. Y quien diga que, si estuviera en el poder, no haría lo mismo, miente. Tal vez todos, en su lugar, llevaríamos a trabajar con nosotros a personas de nuestro cariño o confianza. (Al menos deberíamos capacitarlos o hacer pruebas de idoneidad).
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Javier Díaz no la tiene fácil. No le bastará hacerlo bien. Los saltillenses están acostumbrados a los buenos servicios de recolección de basura, no como en otras ciudades donde pasan una vez a la semana o donde transportan los desechos a un punto determinado por colonia, convirtiéndo en un foco de infección continuo. Los jóvenes no saben el significado de cancelar su vida social debido a la delincuencia. Ya casi lo olvidamos, y nos acostumbramos a que, aunque haya delitos, es menor la percepción de inseguridad para la mayoría de los saltillenses; según el INEGI, en el tercer trimestre de 2024 fue del 21.7%, lo que la coloca en el sexto lugar a nivel nacional.
Sobrevivimos a los baches o los semáforos mal sincronizados, sí, pero hay movilidad en la ciudad. Hay mucho por hacer. Sin embargo, el punto de partida es una calidad de vida aceptable. Esta administración deberá hacerlo extraordinariamente bien y darlo a conocer a toda voz, por todos los medios y a personas de todas las edades, para evitar el destino casi ineludible: terminar el siglo del Estado gobernado por el mismo partido y que la capital conlleve la misma suerte. Promovamos una verdadera participación ciudadana, no disfrazando a los mismos amigos partidistas y a socios empresarios como Consejo Ciudadano. Escuchemos a la gente que trabaja, a quienes están en las calles, quienes tienen un negocio, a estudiantes, a quienes tienen vidas “comunes y corrientes”.
Cada administración llega con gente nueva, con el propósito de hacerlo bien. Pero debemos aceptar que los políticos de todos los partidos van enriqueciendo no un proyecto democrático, mucho menos ciudadano, sino a sus propias figuras fuertes, vigentes o con proyección a futuro. Estas figuras se han construido a base de los presupuestos partidarios, de las estructuras políticas e incluso gubernamentales, en un camino de avance, de permanencia, de asirse al poder y al presupuesto, al parecer sin límite de tiempo.
La política tendría que trascender a la vida y de ahí enriquecerse para crear mecanismos presentes y futuros que aseguren mejores prácticas de Estado, no sólo personajes que buscan la perpetuidad de su figura en el ámbito público y se mueven por el mundo como si nos hicieran un favor con su existencia.
Nombres deben saltar a la cabeza, desde los más jóvenes que ya han pasado por varias secretarías, direcciones o puestos, hasta aquellos que, en los últimos 30 o 40 años, han vivido del presupuesto público (algunos, de varios al mismo tiempo).
Sin embargo, seguimos votando por un partido, nos pongan candidatos competentes o no, sólo porque queremos cambiar de color, porque pensamos que nos darán más subsidios o prerrogativas, porque nos cae “bien” la persona, porque nos prometen un trabajo, etc. Seguimos escuchando eslóganes preparados que, a fuerza de ser repetidos, se apoderan de la credibilidad de la gente y somos ciegos al problema que buscamos resolver, siempre y cuando mantengamos nuestro propio confort. No nos sintamos parte de la clase gobernante por elegir un bando entre fifís y chairos, ni aceptemos discursos o mañaneras sin cuestionar, ni brindemos aplausos a quienes debieran de estar a nuestro servicio. No nos acostumbremos a esta sinergia política-criminal que cada vez se apodera de más estados de nuestro país. Ya hemos sido pendejos antes. Aprendamos.
No permitamos que los políticos se salgan con la suya ni los ciudadanos nos quedemos sentados viendo cómo se acaba el país con nuestra propia indiferencia. Es la época en que a veces nos proponemos mil cosas absurdas, por qué no hacerlo bien esta vez.
«Un buen gobierno solamente puede existir cuando hay buenos ciudadanos». – Francisco I. Madero.
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