Ciudad de México.- Malala Yousafzai, la mujer más joven en recibir el Premio Nobel de la Paz ha emprendido una gira para reunirse con lideresas y líderes a nivel internacional con el objetivo de promover la educación de las niñas.
Ahora, en México, la activista ha sostenido un ansiado encuentro con Claudia Sheinbaum a quien le compartió haber sentido una gran felicidad al enterarse de su nombramiento como titular del poder ejecutivo y refirió que siempre será motivo de celebración que las mujeres tomen el bastión de mando.
El sello de esta reunión fue la frase:» Las mujeres podemos ser lo que queremos», dicha por la presidenta Claudia Sheinbaum quien compartió con Malala que uno de sus ejes rectores políticos será el empoderamiento de las niñas y hacerles saber que el «tiempo de mujeres» también les corresponde, pues tienen la facultad de ocupar el lugar más anhelen, incluso, un puesto como la presidencia de la República que, tras 200 años, por primera vez tiene a una mujer a la cabeza.
El encuentro entre Malala Yousafzai y la presidenta de México tiene una estrecha conexión, no sólo diplomática, sino también como objeto del activismo de Malala quien desde hace una década ha incidido a favor de que las niñas accedan a la educación y participen en la toma de decisiones, como refirió en su encuentro, la representación de mujeres a nivel global es motor para seguir luchando por el futuro de las niñas.
Mientras se suscita la visita de una de las activistas más poderosas a nivel internacional a favor de las infancias y quien ha puesto cuerpo y trabajo por mejorar la calidad de vida de millones, se debe recordar que la ola creciente de violencia en contra de las niñas a nivel internacional debe ser objeto de movilización colectiva; el belicismo y el conflicto sigue cooptando a las niñas del mundo a acceder a todo derecho humano.
3 episodios para recordar a Malala Yousafzai y su lucha
La llegada del Talibán y los primeros años de sobrevivencia
Desde 1989 Occidente se había olvidado de la brutalidad y de los crímenes que sucedían ante el poderío del régimen talibán en Medio Oriente, así como la violencia que crecía en Afganistán; violencia que terminaría llegando a tierras pakistaníes.
El mundo era un escenario complejo, pues mientras existía el conflicto civil afgano, el arribo violento de las tropas estadounidenses y un Bin Laden siendo considerado un héroe -mismo que terminaría refugiándose en Pakistán-, el panorama sociopolítico al que Malala llegaría al mundo sería uno de asperezas, opresión y violencia.
Así, ante lo endeble de la situación, los talibanes ganaron cancha y conquistaron Pakistán una década antes del nacimiento de la activista. Por ello, cuando nació, la suerte que forjaría su destino ya estaba echada; un destino de privación a sus derechos.
A pesar de que la familia Yousafzai recibió la noticia de que su primogénita sería mujer en 1998, el padre de Malala se propuso el objetivo de cuidar de ella y otorgarle toda la educación posible al igual que sus congéneres.
En aquel entonces, el régimen talibán había echado raíces y ganado un inmenso poderío político; las mujeres ya no podían reír en espacios públicos, tampoco hablar, maquillarse, usar zapatillas, tomar transporte y mucho menos salir a las calles. Hablar de educación, era algo muy lejano para las niñas pakistaníes.
Quienes osaban a violentar las leyes, eran perseguidas por el Tribunal Público que castigaba en las plazas públicas con flagelaciones al grito de ¡Alahhu Akbar!, según escribe Malala en su autobiografía publicada en 2014.
De profesión docente, el padre de Malala comenzó a darle clases a ella y a otras niñas de la ciudad de Mingora de donde son oriundos. Este hecho pondría a la familia Yousafzai en la mira del régimen talibán y uno de los hombres más poderosos, el mismo maulana Fazlullah (hijo del fundador de la ley islámica) amenazó de muerte al padre de Malala si continuaba educando a las niñas de la comunidad.
Malala siendo una adolescente de 14 años tomó partida de este movimiento, comprendió la importancia de la educación para las niñas, la opresión del talibán y ungió a las infancias – adolescencias de Mingora a continuar con sus estudios. Este pronunciamiento público sería el parteaguas en la historia de Malala.
«¿Quién es Malala y en dónde está?»
En su poderoso discurso habló de la guerra, del islamismo radical y de la importancia de continuar luchando por su acceso a la educación frente a otras mujeres y niñas con quienes compartía clases.
El 9 de octubre, mientras iba a casa después de clases un hombre encapuchado subió al autobús donde viajaba y preguntó: ¿Quién es Malala y en dónde está?» El hombre se acercó a ella y sin mediar palabra, le disparó en la cabeza.
Sus amigas, Kainat Ahmed y Shazia Ramzan también resultaron heridas por impactos de bala.
«Desperté 10 días después en un hospital de Inglaterra. Los doctores y las enfermeras me dijeron sobre el ataque y supe que personas alrededor del mundo rezaban por mí», escribe Malala en si sitio oficial.
Malala Yousafzai se había convertido en un símbolo de lucha y también, puso la lupa sobre la situación de las mujeres y niñas en Pakistán. Su caso rápidamente corrió por el mundo y se condenó al régimen talibán por la tentativa de feminicidio de la activista que tenía, apenas, 14 años.
En su libro autobiográfico recuerda que cuando despertó y se enteró de todo lo acontecido lo único que pensó es que deseaba continuar fuerzas para seguir luchando por ella, por sus compañeras y por las niñas de Pakistán.
Entretanto, al interior de su país hubo movimiento ciudadano y más de 2 millones de personas firmaron una petición para el acceso a la educación y se aprobó la primera Ley sobre el Derecho a una Educación Gratuita y Obligatoria.
El activismo
Un año después del ataque, formó el Fondo Malala, un proyecto internacional que maneja junto a su padre, el maestro Ziauddin. El objetivo es llevar a la educación a todas las infancias y adolescencias del mundo en situación de vulnerabilidad.
Esto le llevó a ser reconocida con el Premio Nobel de la Paz el 10 de diciembre del 2014 donde dedicó su discurso a las infancias que desean estudiar y vivir en países con paz. Sólo seis días después de este discurso, los talibanes enviarían una contra respuesta; un ataque radical en una escuela terminaría asesinando a 132 niñas y niños.
Desde entonces, Malala ha criticado fuertemente a la Ley islámica extremista y volcado sus esfuerzos al Fondo Malala, que inyecta fuerte capital a 9 países en vías de desarrollo para garantizar, al menos, 12 años de educación libre y segura para las niñas del mundo.
Apuntando hacia Afganistán
La historia de Malala y el contexto de violencia en Pakistán no ha quedado en los años 90s; es una realidad actual que debe continuar siendo señalada, pues el régimen talibán continúa ganando territorio en Medio Oriente y ejerciendo una violencia sistémica en contra de las mujeres y niñas del territorio.
En Afganistán, las mujeres han resistido 20 años de intervenciones talibanes y finalmente, desde hace 3, han tomado la capital del país convirtiendo a la nación en un espacio extremadamente hostil donde las niñas no tienen acceso a la educación, a salir a las calles, las mujeres no pueden hablar en espacios públicos y también, se ha registrado un incremento de uniones infantiles forzadas entre niñas y hombres talibanes.
Sobre esto último la organización Too Young to Wed refiere que, tras el control talibán en Afganistán, se constituyó un estado perfecto para el abunde de estas prácticas, pues se encuentran componentes idóneos, como el gobierno patriarcal, la pobreza, la guerra, la violencia, el miedo y la imposibilidad de estudiar.
Hoy, las familias afganas obligan a sus hijas a casarse de manera precoz con un hombre talibán o bien, el talibán tiene la facultad de obligar a niñas y adolescentes a casarse; no hay resistencias, no hay marco legal que lo prohíba, el cuerpo de las niñas está a disposición del talibán que lo demande.
En materia de educación, los talibanes obstaculizan por todo medio el acceso a la educación, incluso, en aquella «permitida por el Estado». A través del acoso y la intimidación, logran el cometido de que las niñas y adolescentes dejen de asistir paulatinamente a la escuela.
Argumentando que hay fallas técnicas, cancelando clases, modificando uniformes y frases de las autoridades escolares como «si los talibanes intentan hacerles daño, no podremos impedírselo», propicia que las niñas y mujeres se alejen cada vez más de sus aulas, prefiriendo permanecer en casa, no matricularse o bien, optar por un arreglo marital forzado.
La visita de Malala a la Ciudad de México donde ha referido que hay que seguir luchando por el futuro de las niñas funge como un llamado importante para nombrar otras realidades, a reconocer que fuera de Occidente la educación continúa siendo un privilegio y que se deben volcar los esfuerzos reconociendo lo que atraviesa a las niñas y mujeres en países como Afganistán o Pakistán, este último, donde se permite el «asesinato por honor» en niñas según determine el jirga (consejo tribal).
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