Ciudad de México.- Un corsé ajustado, la pulcritud del cuerpo sin vello, las caderas anchas y las mejillas con rubor rosa, dan la bienvenida a la exposición Representaciones femeninas en transformación: Siglos XIX y XX en el Museo de San Carlos en la Ciudad de México, un punto de encuentro para la reflexión, donde el eje rector, es cuestionar el papel de las mujeres como supuestas musas en el arte a lo largo de la historia, lo absurdo de los cánones belleza y para cerrar, el vuelco que da la concepción del cuerpo femenino en la contemporaneidad: la hipersexualización.
La exposición documenta la compleja relación entre el patriarcado, la belleza y la corporeidad de la mujer como objeto de consumo en el siglo XIX; eso sí, un objeto de consumo cimentado en el «buen quehacer» y enfrascadas en la moralidad pudorosa. La exposición evidencia a las mujeres juzgadas desde el ojo pictórico de los hombres, a quienes se les otorgó el poder androcéntrico de retratar al mundo y todo lo que en él alberga; la belleza, la mujer y su lugar en la sociedad.
La exposición se organiza en cuatro núcleos temáticos, donde se desglosa la historia y la forma en que la moda, la hegemonía, la blanquitud y el ideal de belleza se transforma para comenzar a dotarse de una mayor rebeldía y de forma paulatina, encauza a los primeros intentos por una liberación mediática y de representación digna.
El primer núcleo: Pintadas para satisfacer
La exhibición abre con «Odalisca, 1837» de Henri Decaisne, una mujer con el torso desnudo, sin vello, de cintura marcada y senos descubiertos. Detrás, «Bacante» de Adolphe René Lefevre, con el mismo patrón, pero esta vez, la mujer yace acostada sobre flores amarillas.
Toda obra del primer núcleo persigue el mismo hilo; fueron creadas sólo por hombres y la vanagloriaiedad de las mujeres sigue el mismo canon: Blanquitud, cuerpos gruesos y acinturados, pelvis sin vello, rostros aniñados y la mirada pudorosa.
Una ventana que, aparentemente se presume inocente, evoca a la sensualidad. Se les ve a las mujeres inmersas en actividades cotidianas, dóciles y pasivas en total desnudez.
«Representan un cuerpo femenino con actitud pasiva, suave y condescendiente -mujeres ociosas, con físicos curvados, en diversas actividades recreativas- que ilustran la idealización del cuerpo femenino y una constante aspiración hacia la perfección.», refiere la exposición.
Aquí mismo, se encuentran todos los artilugios de opresión corpórea que se ofrecían a las mujeres para perseguir esta hegemonía; fondos voluptuosos en las caderas para asimilar mayor anchura -pero no la suficiente que pueda dar pista de un cuerpo gordo-, arriba, en el torso, un corsé con varias tiras de ajuste para apretujar la cintura y levantar los senos. ¿Quién no quisiera verse como la Odalisca de Henri Decaisne?
Núcleo 2: La moda como aliada… patriarcal
«La mujer y su representación en el espacio público», comienza a dibujar la presión ejercida por el arte y otros medios masivos iconográficos. Por supuesto, resultaba imposible para el grueso poblacional asemejarse al canon femenino -esto aún vigente, 200 años después-, el sistema se encargó de recrudecer esta violencia estética a través del discurso vendido: Se puede solucionar.
Aquí, el sentido de la moda entró como expresión tangible de las normas sociales; habían productos milagrosos, pero también, se instauró la idea de que la ropa tenía el poder suficiente para transformar el físico de las mujeres y con ello su lugar en la sociedad.
La ropa se convirtió en el vehículo para enviar mensajes sociales; advertían de su inocencia, de su soltería, exponían las curvas y el tipo de mujer que eran. Siendo el más anhelado, aquel que evocara a la sensualidad, a la soltería, la infantilización y el decoro.
Así, en esta segunda sala se pueden encontrar vestidos de novia, ropa de noche, trajes de baño e incluso ropa para dormir, porque hasta para descansar, la mujer debía –¿o debe?- realizar la performatividad del deseo y la sensualidad.
Sobre esta misma línea, se transiciona a la tercera sala: «Objeto de deseo«
Tercer núcleo: La instrumentalización de las mujeres
Aquí inicia el discurso de la emancipación y se convierte en lo que es, tal vez, el génesis de la hipersexualización de las mujeres. Se desecha la idea del «erotismo inocente» y la mujer comienza a ser representada desde el supuesto empoderamiento sexual -nuevamente, respondiendo al servicio patriarcal-.
Se da inicio a la fotografía erótica, a los labios rojos, al pin-up y a aquella imagen que vive en la memoria colectiva de una mujer rodeando con la lengua una paleta roja.
Es el siglo XX y la figura de la mujer ahora se erige como un objeto de posesión, el trofeo destinado a ser admirado y que ha aparecido en el escenario público bajo un sólo motivo: Cumplir con las fantasías del hombre que la mirara en los anuncios de las revistas, en los comerciales y en los espectaculares por las calles.
«La imagen femenina fue despojada de su individualidad y autonomía, se transformó en un reflejo de las fantasías y aspiraciones masculinas, perpetuando un ciclo de cosificación (…) las redujo a un objeto poseíble», señala la exposición en la apertura de esta sala.
Núcleo 4: «La mujer se libera» (aún trabajando en ello).
La última sala se titula «La mujer se libera» y presenta elementos únicos, como la posibilidad de ver pasajes de las películas Patsy mi amor y Los Caifanes o la posibilidad de encontrarse con una pared llena de Barbies disfrazadas de diferentes profesiones.
Según refiere esta última sala, lo sucedido en 1970 comenzó a arar los caminos por una representación más digna en los medios, pues se comenzaron a representar a mujeres en una amplia gama de profesiones, especialmente, a través de la muñeca de plástico que promovía la idea de que las mujeres se podían desempeñar en cualquier rubro social que ellas desearan.
La exposición también recoge obras plásticas y otras representaciones que dan un giro importante en la estética femenina creada, por supuesto, sólo por mujeres. Sin embargo, apuntar a que este terreno de representación y no cosificación, ya ha sido ganado y que la «liberación» en los medios de comunicación es una realidad de la que gozamos todas, resulta arriesgado, por ello en la visita de esta última sala, resulta en un ejercicio valioso el cuestionar: ¿qué tanto nos ha lastimado 200 años de violencia estética y hasta dónde permito que el canon de belleza colonial me atraviese?
Representaciones femeninas en transformación estará abierta al público hasta el 16 de febrero de 2025 en el Museo Nacional de San Carlos (Av. México-Tenochtitlán Núm. 50, colonia Tabacalera, alcaldía Cuauhtémoc). El recinto se mantiene abierto de martes a domingo y tiene un costo de $75 pesos.
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