Despertar sin nada

noviembre 2, 2023
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Acapulco, Gro.— Margarita, una mujer de más de 60 años, —cada uno de ellos vivido en esta costa— bajó de un taxi que se estacionó frente al que hasta hace una semana era su lugar de trabajo. Se paró de frente al condominio ubicado en Punta Diamante y miró hacia arriba, hasta donde le permitía la vista.

“Ahí donde se asoma esa mesa al balcón, yo trabajaba”, relató. Es la primera vez que se asoma a la zona de trabajo de muchos acapulqueños. Margarita vino a buscar a su “patrón” porque no sabe qué ocurrirá en los próximos días, pero expresó que debe saber qué pasará con el trabajo porque en otra colonia, en el otro extremo de Acapulco, su casa está destruida.

La gente que camina entre vidrios, láminas, montañas de basura, pedazos de palma, postes y colchones está a la espera. Ya pasaron a censarlos para evaluar los daños que provocó el huracán “Otis”, pero la ayuda todavía no llega; en algunas zonas ya pasaron a recoger la basura, pero en otras todavía no, y  ahí el olor es fétido y las temperaturas de más de 35 grados no guardan mesura ante la tragedia.

De entre los testimonios recogidos por SinEmbargo hay una coincidencia: nunca se había vivido algo similar.

Margarita confesó que ninguna otra tormenta fue parecida a “Otis”, que fue más de viento que de agua. Ella y su familia lograron resguardarse en un “bañito”, pero cuando todo empezó a volar se resguardaron con el vecino.

En la Zona Diamante empezaron ya las tareas de limpieza con grupos de más de 20 jóvenes, hombres y mujeres que fueron contratados por el Gobierno federal para empezar a remover escombros y para empezar a cortar en pedazos pequeños los árboles gigantes que fueron arrancados de raíz.

Antonio García es líder de un grupo de brigada, que está conformado principalmente por hombres, una mujer y hasta jóvenes de 14 años y menores, como el caso de Kevin que llegó a la zona porque su tío le dijo que así podrían hacerse de un poco de dinero. Nuevamente, todos coinciden en que nunca habían visto un desastre como el que provocó “Otis”.

En los últimos cinco días, mencionó, alrededor de 10 cédulas como ésta se han dedicado a quitar basura, ramas, colchones, sillas y demás objetos que fueron arrancados de las habitaciones por los vientos del huracán. Desde las ocho de la mañana hasta las dos o tres de la tarde, a cambio de comida, agua y a veces —cuando es solicitado por los habitantes explícitamente— un apoyo económico simbólico.

En Puerto Marqués, una zona con restaurantes frente al mar con una especialidad de pescado frito, hay montañas de basura que hasta hace unos días eran bienes de un hogar o de un negocio y que todavía están húmedos. Las palapas están en el piso. En el mar hay clavos, madera y seguro muchas cosas más.

El señor Gabino, sentado frente a una montaña de basura explicó: “nunca había visto algo así”. Incluso señaló que “Otis” entró “seguro” en “categoría 7” y que fue como un “tornado”. La mitad de su casa tiene techo, la otra parte está destruida.

En la Glorieta de Puerto Marqués, abajo del Bulevar Escénica, hay una planta potabilizadora de la Secretaría de Marina (Semar) donde se forman decenas de personas cargando garrafones vacíos, mientras bajo el sol esperan a que toque su turno para poder abastecerse de agua limpia para saneamiento, ya que las fuentes del líquido están contaminadas.

Las largas filas se repiten afuera de una sucursal de Banjército, donde elementos de las Fuerzas Armadas resguardan las instalaciones mientras personas esperan para poder pasar al cajero, después de que el Gobierno federal anunció que implementaría el llamado “Plan Billetes” para que busca que los damnificados tengan acceso a dinero por medio de retiros a tarjetas bancarias en un momento en que todas las sucursales bancarias locales han colapsado.

A un costado del Zócalo acapulqueño está una unidad médica móvil de la Secretaría de Salud, donde las personas se atienden por condiciones médicas preexistentes, como es el caso del señor Félix Contreras, quien lleva 42 años en Acapulco y padece de diabetes.

Él, como otras treinta personas, acudieron a revisar su presión en mesas improvisadas al aire libre. Ahí mismo se les revisó la glucosa y posteriormente se les brindó un pase para recoger sus medicamentos en una camioneta.

“Le pedimos al Gobierno que nos manden farmacias ambulantes”, reclamó. “No hay medicamentos, los hospitales están cerrados, yo tengo diabetes pero no hay de mi medicamento. Todos los hospitales están destruidos, y el que está dando servicio sólo atiende los casos más graves”.

Así lucen las calles de Acapulco. Hay vecinos reunidos a la espera de que algo pase, y pronto.

Hay quejas de que falta hasta lo más básico porque no hay ni agua para lavarse los dientes y la pipa pasa sólo una vez al día.

Aunado a esto se suma la incertidumbre ya que las conexiones aún no son suficientes.

Margarita, a modo de suave queja sostuvo que todos saben cómo está Acapulco menos los de Acapulco. Dijo que iría en búsqueda de señal aunque sin crédito no sabía cómo se podría conectar para leer noticias sobre muertos y desaparecidos, aunque asegura que “son muchos” por la fuerza de “Otis”.

SinEmbargo

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