El perverso favorito

diciembre 30, 2024
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DONALD TRUMP
FOTOGRAFÍA: ESPECIAL

Por Alejandro Páez Varela

“Pero el problema de los ‘progres’ de Estados Unidos o del mundo es el mismo que el de los progres mexicanos: la hipocresía. Les gusta simular que se interesan en temas como el lenguaje inclusivo, la democracia electoral, la sexualidad, el aborto y los derechos de los discapacitados. Pero si alguien les habla de redistribuir la riqueza; de repartir más y más bienestar a las bases sin esperar un retorno (porque el retorno es eso: la satisfacción de entregar bienestar); si alguien les dice que hay que recortarle a la ubre de la que han parasitado por décadas, entonces gritan con la misma fuerza que Lilly Téllez: ¡son comunistas! Y entonces prefieren un Ricardo Salinas Pliego sobre un López Obrador”, dice el autor de este ensayo crudo, que analiza el fenómeno Trump y, sobre todo, al llamado “progresismo”.

1. El asombro

Habría que recordar cómo llegamos aquí. Que cualquiera con vocación social es cancelado de tiempo atrás en Estados Unidos y que razonar como colectivo está prohibido y sobre todo si ese verbo, “razonar”, se genera desde abajo. Pero si un asqueroso blanco del Ku Klux Klan se quita la capucha, la puede doblar y desayunarse en la 5ta Avenida de Nueva York y hasta un descuento le dan simplemente por ser quien es y, si el señor lo desea, le pondrán la capucha de mantel.

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Hay que recordar que Hollywood llora y se fascina y le entrega diez premios Oscar a cada película que hable sobre las plantaciones de negros y sobre la tragedia de ser negro en Estados Unidos, pero no se atreve a financiar una mínima película sobre un mexicano en alguna de las plantaciones modernas, sin seguridad social, viviendo a escondidas, huyéndole a los depredadores que son muchos: el ranchero blanco, la migra, las amas de casa abusivas, otras mexicanas y mexicanos que ya tienen papeles y porque tienen papeles creen que están “más allá de las razas”, porque eso les vendieron y eso se compraron.

Hay que recordar que hace apenas diez años Barack Obama era considerado, justamente, la representación del término “más allá de la razas” y que la “izquierda” estadounidense, izquierda entre comillas, hablaba de una era posracial. Las antiguas divisiones religiosas, partidistas y de razas habían terminado con la llegada de un afrodescendiente a la Casa Blanca, decía.

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Y habría que recordar cómo llegamos aquí y hacernos preguntas que llegan demasiado tarde. Una de ellas: ¿De qué manera puede una democracia (que “exporta democracia” a las colonias bajo su bota) contener a un individuo como Donald Trump? La otra: ¿Qué mecanismos se prevén para limitar una anomalía como Trump dentro de la mayor democracia Occidental? Y la tercera pregunta es, quizás, la única honesta: ¿Realmente Estados Unidos quería y quiere contener a Donald Trump?

Porque es curioso cómo esa misma nación que supuestamente “no sabe cómo” ponerle freno a Trump sí tiene mecanismos para volver mascotas a los Bernie Sanders. Es curioso cómo esa misma nación que ha pagado miles de millones de dólares para volver a Fidel Castro la representación satanás no sepa qué hacer con un millonario que no paga impuestos; un violador convicto; un agresor de mujeres; un racista miserable que abiertamente habla de dos tipos de migrantes: los prietos, para los que movilizará al ejército, y su esposa, la blanca aceptable por sumisa y por blanca.

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Y es curioso que en esa nación convivan “los asomados” por el ascenso de Trump y los que no se asombran porque millones viven en sótanos, en buhardillas, en áticos y en callejones; millones que deambulan donde no los vean, que respiran donde no los oigan, que comen donde su digestión no moleste a nadie; millones que huyen hasta de los negros y de otros mexicanos por temor a ser discriminados.

Y es curioso que supuestamente convivan los “asombrados” con Trump y los que borran a los migrantes; es curioso por no decir paradójico: no son distintos: son los mismos.

Donald Trump Presidente electo de EU

Ellos llevaron a Trump al poder en su silencio; y Trump es apenas una versión light de la tragedia mayúscula que se volvió cotidiana: Estados Unidos es un pueblo insensible donde los mismos que leen The New York Times y comen almendras orgánicas son incapaces de arrojarle un pedazo de pan al que vive entre cartones en el callejón del mismo edificio.

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Es curioso que haya a quien asombre, en Estados Unidos, porque llegó Trump. Porque Trump, en todo caso, no es la anomalía. La anomalía es toda esa nación que votó con alegría por un asqueroso blanco del Ku Klux Klan que no paga impuestos, que violenta a las mujeres, que escupe a los migrantes pero que se quitó la capucha, la dobló y se sentó a desayunar en la 5ta Avenida de Nueva York y hasta un descuento le dieron por ser quien es: un asqueroso blanco del Ku Klux Klan y, en su caso, asqueroso pintado de color naranja.

2. La hipocresía

La primera Presidencia de Trump fue interpretada como un accidente y, a la vez, como una llamada de atención. Y cualquiera podría suponer que activó mecanismos internos y externos para evitar su repetición. No fue así.

Más preguntas que llegan tarde: ¿Hay líderes afuera y adentro de Estados Unidos que podían servir de contrapeso al poder que acumuló este ultraderechista? ¿No eran los políticos, académicos, intelectuales, figuras mediáticas y sociales estadounidenses, que se identifican como “progresistas” o de centroizquierda, el primer dique de contención?

Ahora que la derecha y ultraderecha utiliza el término “woke” para burlarse de la izquierda simuladora habría que analizar el progresismo como tal. Pugna –en teoría– por un Estado de bienestar, por derechos y por la redistribución de la riqueza por medios legítimos, aunque otros sesgos de ese pensamiento (el individualismo, por ejemplo) lo coloca en el centro-izquierda. Habría que decir, pues, para que aquí se entienda, que el progresismo es Movimiento Ciudadano. Es el “buenaondismo”. Son los Dante Delgado, las Patricia Mercado y los Jorge Álvarez Máynez. Y son los que van con ellos a todas partes: los periodistas, los intelectuales, los académicos y otros simuladores que han vivido desde hace décadas del Estado y que alaban la democracia caritativa que pagó y sigue pagado las universidades adonde fueron ellos y adonde van sus hijos, claro, en el extranjero.

Pero el problema de los “progres” de Estados Unidos o del mundo es el mismo que el de los progres mexicanos: la hipocresía. Les gusta simular que se interesan en temas como el lenguaje inclusivo, la democracia electoral, la sexualidad, el aborto y los derechos de los discapacitados. Pero si alguien les habla de redistribuir la riqueza; de repartir más y más bienestar a las bases sin esperar un retorno (porque el retorno es eso: la satisfacción de entregar bienestar); si alguien les dice que hay que recortarle a la ubre de la que han parasitado por décadas, entonces gritan con la misma fuerza que Lilly Téllez: ¡son comunistas! Y entonces prefieren un Ricardo Salinas Pliego sobre un López Obrador.

Me regreso a las preguntas que llegaron tarde. Trump arriba al poder al menos sin tener que simular lo asqueroso que es. En cambio, Obama y todos los buenaondita como Obama, sí. Son hipócritas. ¿Podría, un colonialista y antiinmigrantes como Obama, ser un muro de contención? NO. ¿O quizás el típico hipócrita imperialista como Trudeau, adorador de la industria extractiva, impulsor de políticas a favor de la expoliación de los pueblos? ¿Podía un Trudeau ser contrapeso desde el extranjero? NO. ¿Podría Pedro Sánchez, jefe político dentro una monarquía, cabeza de un país dedicado por mil años a saquear pueblos, tener el capital democrático para responderle a Trump y ser parte de un bloque para oponérsele? NO. O Gabriel Boric, porque a muchos les gusta lo que dice el mediocre chileno: ¿podría él oponerse al explotador Trump cuando las regiones mineras de Chile son básicamente campos de concentración para los más miserables?

Y allí está, pues. Puedo seguir agregando nombres, siempre con el mismo resultado. Los progres que supuestamente eran un dique para contener al neoliberalismo o para humanizar el capitalismo en realidad son una bola de payasos impostores que, claro, aborrecen y por lo tanto descalificaban a López Obrador porque no podían moralmente con él y nunca podrían ser él y es más: nunca querrían ser como él. De hecho, AMLO era la vacuna para individuos como ellos, los más grandes hipócritas: los progres buenaondita.

El Presidente de España, Pedro Sánchez. 

¿Podría Pedro Sánchez, jefe político dentro una monarquía, cabeza de un país dedicado por mil años a saquear pueblos, tener el capital democrático para responderle a Trump y ser parte de un bloque para oponérsele? Foto: EuropaPress

Entonces, si la primera Presidencia de Trump se sintió como una llamada de atención para la corriente progresista en el mundo, y si en automático debió activar mecanismos de alerta, ¿dónde quedó la respuesta? Obama, quien básicamente dirigió la campaña de Kamala Harris, no le llamó a López Obrador pero tampoco a Pedro Sánchez o a Trudeau para discutir los riesgos de la anomalía llamada Trump, principalmente porque no tenía el capital democrático para hacerlo.

Y lo que sucedió después es lo que vimos: Trump regresa más imperialista, más abusivo y en resumen: más poderoso que nunca. Y al mismo tiempo, ninguno de los líderes progres –los que menospreciaron a López Obrador por viejo y anticuado– ofreció alternativa alguna, ni convocó a una reunión de emergencia, ni nada: tenían confianza en que ese sistema hipócrita que los encumbró sería un mecanismo efectivo por sí mismo para salvarlos; un sistema que es en esencia neoliberal y que moldearon para que les permitiera exhibirse como progres al tiempo que dirigían naciones depredadoras e ignoraban a los millones que se esconden en sus sótanos, buhardillas, áticos y callejones.

Y resulta que muchos de buena fe ayudaron a construir la cárcel más grande del mundo: ese sistema progre/hipócrita, que administran líderes progres/hipócritas. Y resulta que democráticamente decidieron de buena gana meterse a sus celdas. Y resulta que llamaron a esta cárcel “Prisión Libertad”, woke, postracial (me da risa) que solo tiene un juego de llaves. Y resulta que las llaves de la cárcel las tiene ahora Donald Trump.

Lo que Trump hizo fue quitarle los adornos hippies de la entrada, que ocultaban el verdadero nombre de la Prisión Libertad. Se llama “Capitalismo salvaje”. Y operó con Obama como opera ahora con Trump.

AMLO era la vacuna para individuos como ellos, los más grandes hipócritas: los progres buenaondita.

3. La compasión

Me retiro con una reflexión muy acorde con estos días.

No deja de ser impactante que la nueva derecha global sea además una reivindicación de lo macho. A Trump se le aplaude por sacar el revolver y disparar al aire; por decir que arrebatará Groenlandia y el Canal de Panamá “por los medios que sean necesarios”. Lo adoran cuando dice que quiere anexarse Canadá y porque trata a Justin Trudeau peor que a su gato. Le aplauden que sea un macho tóxico, un miserable abusador.

Estamos ante una nueva derecha que es una regresión, sí, pero una regresión muy celebrada: a Trump o a Ricardo Salinas Pliego se les aplaude en las redes que sean misóginos, que sean homófobos y entre más frívolos se muestren (mansiones, yates, mucho color oro y zapatos sin calcetines) son más festejados.

Pero no son celebrados por sus pares. Es decir: no es que otros multimillonarios celebren a Trump y a Salinas Pliego. Son millones de individuos de los estratos bajos los que se encandilan con ellos; de allí salen los millones de likes o de votos y de allí viene los que, al final, les compran ideas y productos que se vuelven chatarra antes de que terminen de pagarlos.

Es curioso cómo la más grande revolución social de todos los tiempos, el cristianismo, nació como lo opuesto. Antes del cristianismo, los llamados dioses paganos eran poderosos y ellos y los pueblos veían la compasión como una debilidad. El cristianismo, en cambio, se extendió por el mundo por exaltar la compasión.

Justin Trudeau

El Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, durante un evento público. Foto: Facebook, Justin Trudeau

Según Marcos, “Jesús no solo sana al leproso, sino que también lo toca. Al hacerlo, Jesús desafió la ley levítica. Él mismo se volvió ‘inmundo’. Y brindó contacto humano a una persona a la que ningún otro ser humano tocaría, y que muy probablemente no había sido tocada en mucho tiempo. El toque de Jesús no fue necesario para sanar al leproso, pero es posible que lo haya sido para sanar al hombre mismo de sentimientos de vergüenza y aislamiento, de rechazo y aborrecimiento”, como cuenta Peter Wehner en su texto Por qué lloró Jesús.

Jesús no sólo ofrecía sanar al leproso: le entregaba su compasión.

Ah, y el gran capítulo de Jesús con Lázaro. María y Martha, cuenta Juan en sus cartas –los evangelios son cartas–, le dicen a Jesús que su gran amigo Lázaro murió cuatro días antes de su llegada al pueblo. María y Martha lloraban, conmovidas.

Y entonces Juan escribe el versículo más corto de la Biblia, uno profundo y poderoso:

“Jesús lloró”.

Jesús era el hombre carnal más influyente de su tiempo ante el Dios más poderoso de todos los tiempos. Por supuesto sabía que Lázaro reviviría. ¿Por qué lloraba, entonces? Por compasión. Empático, compartió con esas dos mujeres su dolor.

Ahora millones votan por Trump y lo abrazan porque renuncia a la compasión enfrente de todos. Y lo peor es que podemos reclamarle cualquier cosa, menos deshonestidad. Allí está su bata blanca del Ku Klux Klan como mantel, mientras desayuna.

Y lo todavía más jodido es que los Obama, los Trudeau o los Sánchez son peores, porque simulan compasión. La realidad es que les encanta Trump, porque los hace ver buenos. Pero tienen tanto en común con ese hombre anaranjado que lo han vuelto su enemigo conveniente, su villano de cabecera, su perverso favorito.

SinEmbargo

MÁS DEL AUTOR:

Alejandro Páez Varela

Periodista, escritor. Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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