Ciudad de México.- Como cada año, la tradición de Día de Muertos en México genera rituales caseros, comunitarios y cada vez se han vuelto con mayor contundencia una demanda política porque los altares se dedican a mujeres, niñas y adolescentes quienes faltan en las familias debido a la violencia en el país, los altares dedicados a ellas incluyen la digna rabia de encontrar justicia, dignidad y verdad; en su mayoría son montados por otras mujeres quienes son las encargadas de la comida, las flores y demás elementos que la conforman.
Históricamente a las mujeres se les asigna el tema de cuidados, de la casa, de los integrantes de la familia propia y extendida, de la alimentación, de la educación no formal o de la administración de recursos, por mencionar algunos aspectos. Hay otro aspecto importante, que pasa desapercibido, pero que es fundamental para los países: las tradiciones culturales.
Las mujeres son las que mantienen vivas las tradiciones y expresiones culturales con sus bordados, artesanías, comida, bebidas, bailes, cantos, vestimentas, leyendas, cuentos, remedios herbolarios, entre muchas otras expresiones culturales que dan identidad al país.
También son en su mayoría mujeres quienes son las cuidadoras principales en sus hogares; cifras de la primera edición de la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC), indican que son 19.5 millones en el país. Por inferencia, por amor y atención a la o las persona que cuidan, se entiende que también son las encargadas de adornar la casa en fiestas especiales como día de muertos o navidad.
Estas mujeres, distribuidas en lo largo y ancho del país, son las que han contribuido a la herencia de la tradición de poner las ofrendas en Día de Muertos. Son ellas, indígenas o no, las que, generalmente, dirigen el montaje de las ofrendas para sus muertos; ellas compran los insumos, preparan la comida que se colocará en los altares, indican a los miembros de la familia qué parte del proceso les toca realizar (en caso de que las ayuden), acondicionan el espacio, mueven muebles, limpian y empiezan, delicadamente, a montar la ofrenda en sus casas y, en muchas comunidades rurales, también ayudan a colocar las ofrendas colectivas en panteones, parroquias o centros de reunión.
Visto desde la perspectiva de género, esta carga extra y temporal para las mujeres puede significar una desigualdad más. Human Rights Watch ha documentado en países de todo el mundo la manera en que los aspectos discriminatorios de las tradiciones y las costumbres han impedido, en lugar de mejorado, el disfrute de los derechos sociales, políticos, civiles, culturales y económicos de la población, principalmente femenina.
“En el caso de las mujeres, sobre las que suele recaer la carga de la defensa de las normas y los valores culturales, los valores tradicionales pueden servir para restringir sus derechos humanos”.
Lejos de las festividades y otras expresiones culturales, las tradiciones y costumbres también tienen su lado oscuro contra las mujeres como son los matrimonios forzados, las pruebas de virginidad, la discriminación en términos de propiedad y herencias, los “crímenes de honor” y violaciones conyugales, señala la organización en el informe El problema de la Tradición.
Las tradiciones no tienen por qué ser incompatibles con los derechos humanos. En este sentido, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, ha señalado que los estados deben modificar los patrones sociales y culturales de conducta de los hombres y las mujeres con el fin de eliminar “los prejuicios y las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres”.
Nuevas tradiciones
Son también las mujeres, en un número mucho mayor que los hombres, quienes, en nuestro país, se han movilizado para crear una nueva expresión cultural con motivo de estas fechas de recuerdo a los difuntos: el Día de las Muertas.
Colectivos feministas y familiares de mujeres desaparecidas o asesinadas en el país, se organizaron para que, pasando los días de fiesta, colores y festejo, la sociedad dedique un día, el 3 de noviembre, a reflexionar sobre estas otras muertas, a las que no les tocaba morir, a las que asesinaron por el simple hecho de ser mujer, a las que les arrebató la vida un hombre -generalmente cercano a ellas-, por confrontarlo u opinar distinto. Un día para cuestionarnos como sociedad que hemos hecho o qué hemos dejado de hacer, para que diariamente asesinen a 11 mujeres en el país, para que los feminicidios se incrementen año con año.
En el 2019, con el nuevo gobierno, la propuesta fue turnada a la Fiscalía Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas, a la Fiscalía General de la República y al propio presidente Andrés Manuel López Obrador. A la fecha se han realizado tres marchas consecutivas.
En el terreno internacional, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) fijó el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, teniendo como antecedente la lucha de las hermanas Mirabal, tres activistas políticas de la República Dominicana que fueron asesinadas en 1960 por órdenes del presidente Rafael Trujillo.
Este viernes 3 de noviembre, con velas y flores, enarbolando cruces con los nombres de mujeres asesinadas y caminando al lado de familiares de víctimas, cientos de personas marcharán en el país para protestar contra la violencia y para exigir mayor compromiso y celeridad a las autoridades responsables de la impartición de justicia en el país.
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