Ciudad de México.- A inicios de 1960, 13 aviadoras intentaron alcanzar nuevas alturas para las mujeres a través del proyecto secreto Mercury 13, sin embargo, el machismo de la época se dedicó a obstruir sus caminos para llegar al espacio, un lugar cuya pertenencia también fue asignada a los hombres.
El encargado de diseñar este proyecto fue el jefe del Comité Espacial de Bioastronáutica de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés), William Randolph Lovelace II.
Lovelace aplicó pruebas a la aviadora Geraldyn “Jerrie” Cobb que normalmente se realizaban solo a hombres astronautas. El resultado fue tan asombroso que el científico decidió convocar a otras mujeres para hacer los mismos exámenes y que, de esta manera, llegaran al espacio a través de las misiones para pisar la luna por primera vez.
Las mujeres permanecieron en tanques de aislamiento por horas, hicieron pruebas de resistencia tanto físicas como psicológicas y demostraron su capacidad para volar: tenían la fuerza y las habilidades requeridas para viajar al espacio, en muchos casos incluso más que los hombres. Sin embargo, su proceso de asignación terminaría por zanjarse antes de que pudieran luchar. Esta es la historia de las Mercury 13 y su legado para consolidar el primer viaje a la luna.
Una lucha sistémica y el hombre que se llevó el crédito
El grupo de Las Mercury se constituyó y resistió gracias a la sororidad y a la red de mujeres que se formó, pues estas 13 mujeres pudieron ponerse a prueba gracias a otra colega: Jacqueline Chrochan, una piloto que tenía la convicción de que las mujeres podrían ganar la carrera a la luna.
De esta manera, fue que Jacqueline Chrochan invirtió una fuerte suma en preparar a estas aviadoras; una a una, las mujeres eran seleccionadas y la misión era tan secreta, que ni siquiera entre ellas conocían sus nombres.
Hoy se sabe que fue Jerrie Cob, la única mujer en superar al 98% a sus congéneres en las pruebas físicas, psicológicas y de resistencia, la encargada de formar el grupo de 12 mujeres. Ellas eran:
- Jan Dietrich
- Marion Dietrich
- Janey Hart
- Irene Leverton
- Gene Nora
- Myrtle «K»
- Jerri Sloan
- Sarah Gorelick
- Wally Funk
- Rhea Hurrle
- Bernice «B»
- Jean Hixson
Sus resultados en las pruebas eran tan buenos que Las Mercury veían cada vez más palpable su paso para ser reconocidas como astronautas y con ello, que la NASA las incluyera en la agencia de piloteo para las misiones futuras que, cada vez, estaban más cerca, pues los soviéticos estaban ganando terreno.
Buena parte de estas mujeres comenzaron a dedicarse por completo a su preparación, renunciaron a sus trabajos y enfrentaron el machismo en sus hogares que se oponían a su formación; las mujeres debían quedarse en casa a cuidar, no a someterse a pruebas de resistencia.
La última prueba se avecinaba y saltando todas las pruebas de un machismo estructural, las 13 mujeres se preparaban para asistir a Pensacola, Florida, donde se reunirían para consolidar su formación. Un par de días antes de su viaje, recibieron un telegrama donde se leía: El programa se cancela.
Todas estaban confundidas, ¿qué había sucedido con Lovelace?, ¿y Jacqueline Chrochan? En una cadena de lo que parecía una pesadilla, las aviadoras quedaron en ascuas; nadie les decía nada y no sabían qué había sucedido.
Resultó que la NASA se había enterado del proyecto y los militares rechazaron por todos los medios que las mujeres utilizaran sus recursos e instalaciones de Pensacola. Lovelace, abandonó por completo la idea y negó todo lo sucedido.
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Sin embargo, este grupo de aviadoras se prepararían para luchar contra el sistema que les había quitado la posibilidad de demostrar sus habilidades.
Fue Jerrie Cobb y Janey Hart quienes tomaron el primer vuelo a Washington e iniciaron una serie de acciones y protestas donde contaban su historia, su exigencia era concreta: Hablar con el presidente y que se les permitiera continuar con su misión.
Tras una serie de campañas, las Mercury 13 lograron una reunión donde expondrían la situación. A este espacio, también acudieron otros astronautas considerados «héroes nacionales» como Scott Carpenter y John Glenn.
Esta reunión que pudo representar un atisbo de esperanza, terminó por convertirse exclusión para ellas, pues en esta reunión las aviadoras fueron víctimas del escrutinio público; no les interesaba escucharlas, ni saber qué tan buenos resultados habían obtenido.
Las gemelas Jerrie y Janey, fueron acosadas sexualmente por la prensa quienes las miraban y cuestionaban por qué, siendo tan guapas, querían dedicarse a la carrera espacial y que mejor buscaran un esposo.
Los astronautas testificaron en su contra señalando que era ridículo que las mujeres fueran al espacio y que mejor dejaran ese trabajo a ellos. Fue así, que las Mercury 13 salieron de esa reunión pública con una certeza: Todo está perdido.
Poco después, se supo que la Unión Soviética había realizado una hazaña, pues Valentina Tereshkova había ido al espacio, la primera mujer en consolidarlo. Su rostro ocupaba todas las planas y la población cuestionaba por qué esa primera mujer no había sido estadounidense, esto puso de nuevo en el foco a las Mercury 13.
La NASA contactó a Jerrie Cobb y la conviertió en una consultora, las otras 12 pilotos volvieron a soñar, pues era posible que el programa las contemplara para volar en un futuro muy cercano.
No sirvió de nada. La NASA jamás las volvió a buscar y ninguna fue nombrada como astronauta. Algunas de ellas, se convirtieron en maestras de aviación, se alejaron de la vida pública, o comenzaron a ejercer como pilotos comerciales.
Jerrie Cobb, nunca se convirtió en astronauta, sin embargo, sí le valió una nominación al Premio Nobel de la Paz, pues acompañada de su avioneta, dedicó su vida a misiones humanitarias en el Amazonas.
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Muchos años después, en 1998 la NASA lanzó un programa para analizar el impacto del espacio en las personas mayores, en esa convocatoria, algunas Mercury 13 y compañeras de Jerrie Cobb exigieron que fuera ella la piloto para comandar la misión y con ello, redimir la violencia y la exclusión que el organismo había ejercido en su contra.
No lo hicieron. Se envió a John Glenn a sus 77 años, el mismo astronauta que décadas antes señaló:
“Los hombres van a la guerra y vuelan aviones, que la mujer no esté en este campo es algo del orden social”, aseguró el astronauta John Glenn –tal como se recuerda en el documental Mercury 13 (2018), dirigido por Heather Walsh y David Sington–.
La menor de las Mercury 13, Wally Funk nunca renunció a su sueño de ver el espacio, se entrenó en Rusia con Valentina Tereshkova y presentó su candidatura ante la NASA hasta 4 veces; nunca fue seleccionada.
Este mes de julio se cumplen 55 años de que se consolidó la misión del Apolo 11, pero nunca hay que olvidar, que detrás de Neil Armstrong, Michael Collins y Buzz Aldrin, también existieron mujeres que combatieron por hacerse de un espacio, que superaron las pruebas y que la NASA y el Estado, las discriminaron, violentaron y excluyeron de la carrera por conquistar la luna.
Años más tarde, en 1995, Eileen Marie Collins se convirtió en la primera mujer en comandar un transbordador espacial. El día del despegue, algunas de las mujeres que formaron parte de Mercury 13 acudieron al lugar en primera fila, donde con lágrimas en los ojos reconocieron que “su misión no había sido en vano”.
“Si no fuera por las ‘Mercury 13‘, yo no estaría aquí hoy”, expresó Eileen Collins.
Desigualdad en el siglo XXI
Pese a que han pasado años desde el proyecto Mercury 13 y también se han visto rayos de luz sobre la participación de mujeres en la ciencia, la discriminación contra ellas aún es uno de los principales problemas en el área.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU): “Los prejuicios y los estereotipos de género que se arrastran desde hace mucho tiempo continúan manteniendo a las niñas y mujeres alejadas de los sectores relacionados con la ciencia”.
Información de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) indica que menos del 30 por ciento de las y los investigadores del mundo en las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas son mujeres.
Además, aquellas que están activamente en el sector tienen trabajos mal pagados y no se les permite crecer o alcanzar espacios de poder.
Al hablar del caso específico de América Latina, la UNESCO estima que el 45 por ciento del personal de investigación son mujeres, aun cuando numerosas organizaciones y redes de científicas han puesto en marcha planes para erradicar las desigualdades de género.
Ante este panorama, la ex directora de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, señaló como urgente la creación de una estrategia dedicada “no solo a aumentar la representación de las mujeres en la cartera de talentos para trabajos en ciencia y tecnología, sino también a asegurarnos de que ellas prosperen, incentivándolas a permanecer en estos trabajos bien remunerados y diseñando culturas organizativas en las instituciones que permitan a las mujeres avanzar en estos campos”.
Con estrategias adecuadas, se podrá impulsar a niñas y adolescentes a que tomen espacios en áreas tradicionalmente dadas a los hombres. De esta manera, no pasará mucho tiempo para que en todos los planetas posibles “se dé un pequeño paso para la mujer, pero un gran paso para su género”.
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