¿La presidente o la presidenta?: Debate de poder y prejuicios

octubre 6, 2024
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Ciudad de México.- ¿La presidente o la presidenta? Tras la investidura de Claudia Sheinbaum Pardo, uno de los debates más controversiales es cómo nombrarle, mientras defensores de la lengua muestran un rechazo a nombrarla presidenta con «A», el argumento de contrapeso -y tal vez el más poderoso- se reduce a que Claudia Sheinbaum ha manifestado: Llámenme presidenta con «A».

El magistrado madrileño Eduardo de Urbano se ha convertido en una de las autoridades más citadas para rechazar el uso de la palabra presidenta. Urbano escribe en ¿Cómo se debe decir, presidente o presidenta? que, a pesar de que uno habla como quiere, siempre existen reglas gramaticales que van más allá de lo «políticamente correcto».

«Decir “presidenta” porque la persona que ejerce el poder es mujer no tiene sustento. Ya de por sí “la Presidencia de la Nación” está expresado como femenino. Presidenta no tiene sustento», sostiene Urbano.

¿Qué tanta verdad se esconde en esto? La realidad es que ninguna.

Cimacnoticias buscó a la maestra Áurea Esquivel, responsable de la Biblioteca Alaíde Foppa del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, de la Universidad Nacional Autónoma de México, licenciada en Letras y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM), maestra en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana y ayudante en la materia de Filología Hispánica en el Colegio de Letras Hispánicas por 4 años. Esto con el objetivo de llegar a una conclusión, ¿presidenta o la presidente?

El primer escudo: Presidenta no está sustentado por la RAE

Una de las armas más comunes dentro de este debate es citar a la Real Academia Española como la figura máxima con el objeto de que esta autoridad les otorgue la razón, pero antes de caer en la idea de que la lengua es un ambiente estéril y rígido, Áurea Esquivel recuerda: La lengua la hacen las y los hablantes.

La maestra Esquivel no tiene un vínculo estrecho con la RAE, que, desde su perspectiva, está desactualizada. Sin embargo, lo más interesante es que, al buscar «presidenta» en el diccionario de la Real Academia Española, este término se aprobó desde hace décadas.

«No hay ninguna razón histórica, ni parte del sistema que lo niegue. Cualquier rechazo tiene que ver con valoraciones subjetivo, la RAE no es un argumento válido, si quieres sacarla (como argumento) está bien, pues la RAE ya te lo está diciendo: Es presidenta».

La maestra Áurea Esquivel viene bien argumenta y a colación, saca otros 3 diccionarios. Uno por uno, los va leyendo; uno es de Larousse, otro es el Diccionario del uso del Español de una de las máximas autoridades de la lengua hispana, María Moliner.

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En el diccionario consultor de Larousse «Ortografía y dudas», se encuentra que al buscar «presidente» refiere: Ver presidenta. «Lo correcto es la presidenta, no el presidente».

Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Espasa refiere: El femenino de este nombre es presidenta, no presidente como a veces se ve. Excelentísima presidente de la nación argentina no es correcta.

Por su parte, el diccionario de María Moliner acota: Presidente, presidenta: Persona que preside.

Entonces, ¿la idea de que la palabra no tiene un fundamento entre las autoridades de la lengua es falso?: ¡Falsísimo! Todo esto data de principios del 90, es decir, tienen por lo menos 30 años, responde la maestra Esquivel.

«El hecho de no querer usar estas palabras implica un ejercicio de poder en el momento en el que se dice o no se dice en determinados contextos, por determinadas personas, para determinadas público, recordemos que toda la lengua es política.»

Cuestionando la autoridad de la lengua, los prejuicios y nombrando(nos)

Una de las barreras primarias a quebrar es considerar que la lengua está alienada a lo que exigen las autoridades; la lengua se transforma, cambia y adapta porque está viva, es la manifestación explícita de quiénes somos.

«La lengua es una manifestación cultural, una manifestación que representa experiencias, nociones, prejuicios, es decir, todo lo humano está ahí. Dentro de las academias, como están conformadas por seres humanos, pues hay visiones propias del mundo; lo que se nombra y lo que no, entonces, las mismas autoridades y diccionarios tienen visiones parciales», explica en entrevista.

Sobre esta línea, se infiere que la lengua es una manifestación humana que no puede ser contenida y las autoridades siempre están atadas a subjetividades y sesgos. Para una visión más completa, la maestra Esquivel refiere que anteriormente la entrada de la palabra «Dios» se definía como Padre Creador, mientras que, si buscabas «Diosa«, entonces, la RAE refería que se trataba de una divinidad de culturas paganas.

Existe un fenómeno importante sobre cómo las personas siguen o no estas reglas -casi- doradas de la RAE; no las siguen, a menos, que esto implique instrumentalizarlas a conveniencia. Al llegar a este tema, la especialista refiere que, «las y los hablantes hacen lo que se les pega la gana» y es perfectamente válido. Sin embargo, cuando sí existen reglas estipuladas sobre la lengua, entonces, las rechazan: «En conclusión, ni de un lado, ni para otro», concluye.

Cuando algo choca de frente con nuestros prejuicios, entonces, se vuelve en un acto incómodo que necesita -con urgencia- ser rechazado, que alguna autoridad aparezca para poner el orden de las cosas en su lugar, a esto, la especialista lo nombra: «la semántica del poder«.

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«Es lo mismo con presidenta, hay una relación directa con la semántica del poder, por ejemplo, ¿por qué no se cuestiona la palabra sirvienta?, es exactamente el mismo ejemplo, es un participio presente de un verbo en particular. ¿O amo de casa?, ¿amo de llaves? Una creería que un varón tiene las perfectas posibilidades de ser un amo de llaves, pero como todo el tiempo quieren que el género gramatical coincida con el género humano, entonces, (nos) parece extraño «amo de casa», y no, también hay que normalizarlo»

Este cambio de paradigma como tener a una mujer presidenta puede producir detrimentos importantes que coloca a la población en disyuntivas. Un ejemplo más concreto, es cómo tenemos arraigado el título de la primera dama -en femenino- que, cuando se habla de Jesús Tarriba, esposo de Claudia Sheinbaum, es difícil saber cómo nombrarlo; ¿el primer damo?

Entre tantas dudas, además del asunto presidencial, la maestra Esquivel refiere que sí, que este asunto bien puede resultar en algo que se toma como «un chiste» y que, en este caso, lo que podemos hacer es llamarlo presidente consorte.

Entonces, si no hay autoridad que rechace el término presidenta, la población ya la nombra de esta forma y la misma Claudia Sheinbaum ha pedido explícitamente ser llamada presidenta, lo único que se antepone a hacerlo es la costumbre y el prejuicio.

Más allá de qué dicte la RAE o qué encontremos dentro de los diccionarios, el poder transformador de comenzar a nombrarse es el eje fundamental de este debate. La presidenta ha pedido ser llamada en femenino y es ese deseo lo que nos debe empujar a hacerlo.

«Ella decide llamarse así: Ella es mujer, es presidenta; hay que nombrarla así y eso es todo, no hay más.

Es una cosa que atraviesa los prejuicios de las personas porque, por ejemplo, con los nombres, yo te puedo decir, mi nombre es este, pero yo te digo: «No, tienes cara de otra cosa, te voy a nombrar de esta otra forma porque no me gusta«. Es lo mismo con los nombres propios y comunes, en el momento en el que hay una intención clara de cómo una quiere ser nombrada es perfectamente válida para hacerlo.

Es como quererle cambiar su nombre a Claudia y no, así es, ella es presidenta con «A». Y si no te gusta, pues entonces, qué pena.» (Áurea Esquivel).

CIMAC Noticias

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