Por Alejandro Páez Varela
El 29 de octubre pasado, poco después de que la Suprema Corte publicara en sus redes el proyecto para invalidar parte de la Reforma al Poder Judicial, su ponente, el Ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá, publicó otro relato mediocre, ahora en el diario El Heraldo de México, donde mezcla de manera desafortunada una película del cine mudo alemán con una novela que parte de un mito medieval judío. Ese texto lo titula así: “La Reforma Judicial: un Gólem sin control”; y dice que “ya son muchos los destrozos que provocó” la Reforma Constitucional y que por lo tanto, debería abolirse.
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Durante una entrevista realizada un día después, el 30 de octubre, González Alcántara (quien usa, como todos ellos, un tercer o cuarto apellido: Carrancá) se lanza contra el expresidente Andrés Manuel López Obrador (a quien le debe la oportunidad de convertirse en Ministro) y contra la Presidenta Claudia Sheinbaum. Reprocha que “mantenerlos” en Palacio Nacional resulta más caro que las prestaciones de los ministros de la Suprema Corte. Se trata de una mentira, por supuesto, como el periodista Obed Rosas documenta en un texto posterior. Pero la Verdad con mayúscula, para este Ministro que comparte residencia con algunos de los multimillonarios de México, es una baratija prescindible y de malas costumbres.
Tanto en sus declaraciones públicas como en el mismo proyecto que pretende invalidar “parte” de la Reforma veo a un individuo prepotente y a la vez más ordinario de lo que él mismo supone. No es distinto al secretario de un Juzgado que lleva años sacando copias y se cree por encima de los ciudadanos y los maltrata. Es como el dueño de la calle que te raya el carro si no le das dinero por estacionarte. Es el hipócrita sobrado de servidumbre que se enorgullece de “servir a la Patria” pero esconde expedientes para beneficiar a los que no tienen Patria. Es el burócrata de élite cuya mayor hazaña es haber aprendido a vivir de todos los demás. Es un directivo de banco (público o privado) que cada vez que toma vacaciones pagadas –muy seguido– lee mal una novela o ve peor una película pero con eso le basta para escribir en sus memorias sobre lo caro de la vida.
Y es el que reclama porque un pensamiento más progresista se impone para la Suprema Corte y necesariamente sobre él, el Ministro “imparcial” que presta su mansión para que Alejandro Moreno Cárdenas y Norma Piña conspiren contra Claudia Sheinbaum en pleno proceso electoral; él, que reclama la parcialidad en otros pero marcha hombro a hombro con Marko Cortés, Roberto Madrazo, Elba Esther Gordillo, Claudio X. González, Vicente Fox Quesada, Enrique Krauze, Lorenzo Córdova y otros de su misma calaña.
Y nadie se extrañe si mañana se declara “de izquierda” como Creel, Claudio o Lorenzo; nadie se extrañe si mañana se llama a sí mismo “un demócrata” por las credenciales que se otorga por marchar una vez, con Polo rosa y sombrero Panamá, que “por el INE” aunque todos sabíamos que era por Xóchitl Gálvez; aunque todos sabíamos que la gente como él nunca antes en su vida sintió deseos de marchar por, y es un ejemplo, las múltiples injusticias que se cometen desde el Poder Judicial contra miles de mexicanos pobres o indígenas mientras que el sistema del que se sirve le abre sus oficinas perfumadas a depredadores como, y es otro ejemplo, Ricardo Salinas Pliego.
Y es probable que el Ministro usa la figura del gólem (que sacó de una película) por prejuicios; y es probable que la interpretara como se le dio la gana por esa actitud de autosuficiencia tan de derechas. No lo dudo. La llama “leyenda del folclor judío” aunque es parte de la mitología y la diferencia es sutil pero reveladora. El gólem no es un monstruo con vida propia que decide destruir; a diferencia de Frankenstein, que concentra el debate sobre la creación de la vida, el gólem es un autómata y la vida le es prestada. Frankenstein nace en el fervor del siglo XIX por la moral y la ciencia, mientras que el gólem es una respuesta a la expoliación constante que sufrió el pueblo judío durante su estancia en Polonia (pogromos, sobre todo de los rusos).
Pero el Ministro no siente necesidad de profundizar porque piensa que lo sabe todo y como sabe todo, entonces su proyecto propone destruir poquito la Reforma Judicial que es, y él lo sabe, destruirla toda. Sólo un imbécil no lo ve. Sólo un provocador o un ciego reconoce en el proyecto de González Alcántara un deseo de “conciliar”: una vez que la Corte se autorice a modificar la Constitución, entonces se dará permiso para seguirla tocando. Ese es el trasfondo y el Ministro lo sabe. Pero su vanidad de mármol no le permite aceptar que muchos se han dado cuenta o sí lo acepta, pero le vale.
***
Dijeron que López Obrador era un dictador y que se intenta convertir “una democracia” –como la que según ellos vivíamos con Felipe Calderón o con Enrique Peña– en una dictadura. Y como lo dijeron, quisieran que viviéramos en una dictadura. Porque lo que realmente quieren es demostrar que todo lo que no viene de su mano no merece ser reconocido; que todo lo que no fue confeccionado por ellos es anormal y nefasto.
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Hablo de las élites que habitan de tiempo atrás una nación propia. Es una nación que ocupan ministros y magistrados, intelectuales que defecan canapés de tanto que comen en recepciones y ricos y muy ricos que se sirven de los demás. Hablo de la burocracia dorada y de académicos encumbrados, que son parte de esta nación dentro de la Nación mexicana, y también de un puñado de periodistas que ha ganado fortunas destruyendo por encargo. De una nación dentro de otra que se ve a sí misma demócrata y libertaria y es la nación desde la que se dictan discursos y se escriben verdades o mentiras o mitades de las dos y no importa porque se acatan y ya. O se acataban, y ya.
Desde esa nación de democracia impecable dentro de otra de pedigrí dudoso se dictó ir contra López Obrador. Por eso se le frenaron todas las iniciativas en el Congreso y antes, se le cerró el paso y se le destruyó con todos los medios a su disposición. Desde esa nación se dictó que se fusionaran los partidos disponibles para enfrentar a la izquierda, la gran amenaza del status quo, y desde esa nación se seleccionó a una impostora (supuestamente indígena, supuestamente empresaria, supuestamente de izquierda) para contender contra Claudia Sheinbaum.
Desde esa nación ahora se ordena a la Suprema Corte frenar cualquier intento por democratizar al Poder Judicial. A las élites dentro de esa nación les gusta el Poder Judicial así, como está, porque es el que les construyó su empleado Ernesto Zedillo y es el que les permite no pagar impuestos (por ejemplo) o ganar casos incluso contra el Estado mexicano porque, al final, esa nación dentro de la Nación mexicana se siente (y de alguna manera fue, durante dos siglos) el Estado mexicano.
Fue esa nación que ocupan las élites más privilegiadas la que decidió que usted y yo tuviéramos elecciones medianamente libres. Fue esa nación la que nos autorizó, después de tantos fraudes, que los votos se contaran. Y todo estuvo bien hasta que alguien les cambió su concepto de democracia, que habían resumido en apenas unos cuantos días de libertad electoral cada seis años. Y todo estuvo bien hasta que alguien habló de democracia económica y social; de la urgencia de que todos paguen impuestos. Todo estuvo bien hasta que sintieron que les movían la cama de plumas y entonces sí pegaron el grito.
Entonces sí hablaron de una dictadura de las mayorías. ¿Cómo es posible que los plebeyos, bellacos y prietos –dijeron– decidan el rumbo de la Nación y reciban beneficios de ella? Es la rebelión que acusa el Ministro González Alcántara Carrancá en sus textos y en sus entrevistas; es la anormalidad de la que hablan los intelectuales; es la dictadura de la que tanto se escribe en la prensa.
Dijeron que Claudia era una dictadora y que se intenta convertir “su democracia” en dictadura. Gritan que se prohibió el derecho a gritar; se organizan marchas para denunciar que en este país ya no se puede marchar. Acusan odio con pancartas cargadas de odio y desean esa dictadura con todo su corazón para demostrar que es cierta. Porque, para esta nación de privilegiados, la Verdad con mayúscula es una baratija prescindible y de malas costumbres.
El Ministro González intenta vender su proyecto como “conciliador”, y pobre de aquél de buena voluntad que se lo crea porque es un mamotreto lleno de agujeros, mañas y prejuicios, alejado del aseo jurídico y tramposamente político. Y la Corte lo discutirá y lo maravilloso es que por primera vez no responderá por sus votos en conjunto. Cada Ministra y cada Ministro decidirá en lo individual, ante la Historia y la Nación. Si votan por sus fobias serán observados, y si votan con cabeza fría también.
Y ahora sí pregunto: ¿alguien duda de los tiempos inéditos que vivimos? ¿Cuántas veces en nuestra Historia millones de mexicanos habían puesto los ojos en ese edificio (la Suprema Corte) forrado de maderas finas, con pisos de mármol, nóminas eternas y nombres largos de tanto apellido pegado uno después del otro con la goma del aspiracionismo?
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