Álvaro Delgado Gómez
La apuesta de Xóchitl Gálvez a las mentiras, el argüende y el infantilismo en el segundo debate presidencial representa la aceptación plena de su derrota ante Claudia Sheinbaum, una estrategia vil que no es para ganar, menos a un mes de la elección, sino para evitar el desmoronamiento y el ridículo del tercer lugar.
Xóchitl Gálvez optó por el discurso del odio y de la calumnia contra Sheinbaum, para por lo menos recuperar lo que perdió en el primer debate cuando —improvisada, torpe y malencarada— exasperó a sus impulsores y prosélitos que detestan con toda su alma al presidente Andrés Manuel López Obrador, a su proyecto y a sus seguidores.
Por eso, la candidata de la derecha acató ahora con más énfasis la doctrina del publicista Carlos Alazraki —“mientras más mentiras des contra Morena mejor te va”—, y también los consejos de Jorge Castañeda Gutman, su compañero en el gobierno de Vicente Fox de no respetar ninguna regla: “La única estrategia es el ataque, constante e inmisericorde”.
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Lo que viene en el último tercio de la campaña y en el tercer debate es peor de lo mismo: Mentiras, mentiras y más mentiras, con énfasis en la narrativa del narcotráfico como mantra, para satisfacer a los mismos clasistas, racistas y odiadores.
Sí: El odio nutrido con más odio, y la mentira estimulada con más mentira con base en la sentencia acuñada por el periodista salinista Raymundo Riva Palacio: “La verdad ya es irrelevante”.
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Más allá de las invectivas que cruzaron Gálvez y Sheinbaum, quien presentó evidencias documentales de que la senadora siempre ha sido una política corrupta que se ha enriquecido desde el gobierno, quedaron claros también los dos proyectos de nación en pugna.
Gálvez inclusive reconoció el embuste de que es una candidata “ciudadana” y asumió por vez primera que lo es del PRIAN, cuyo proyecto empobrecedor y corrupto representa un retorno al pasado, mientras que Sheinbaum enfatizó ser la continuidad de López Obrador, cuyo respaldo popular gravita en el resultado de la elección.
La candidata del PRIAN manifestó su respaldo a las políticas neoliberales, como su apoyo al sector empresarial en la reducción de la jornada laboral, la condonación de impuestos y los contratos en energía, además de su proclama ultraderechista de vida, verdad y libertad.
Y en la parte más álgida del debate, la panista planteó que ella aplicaría la ley: “Se acabaron los abrazos a los delincuentes”. Y Sheinbaum le reviró: “El único narcogobierno que ha existido es el de Felipe Calderón, del PAN”.
En realidad, en el segundo debate no hay ninguna sorpresa: Xóchitl Gálvez fue la misma Xóchitl Gálvez del primero y da lo mismo si viste traje sastre que huipil, si la asesora Maximiliano Cortázar y Enrique de la Madrid que el cubano Vladimir de la Torre o el abogado de Televisa.
Nadie pudo evitar los disparates de Xóchitl Gálvez, como uno que la exhibió plena: Almacenar agua en el Lago de Texcoco, que es salado.
Tampoco Sheinbaum modificó su discurso contra el viejo modelo privatizador del PRIAN, de más impuestos y bajos salarios: “El neoliberalismo fracasó, ahora toca la transformación”.
En este radical dilema que enfrentan los mexicanos hay una variable, la candidatura de Jorge Álvarez, de Movimiento Ciudadano —que no es movimiento ni ciudadano, sino un vil partido político—, cuyo hipotético ascenso será a costa de Gálvez.
Hasta para evitar un derrumbe mayor que capitalice Álvarez Máynez es que Xóchitl Gálvez se radicalizará más en el discurso del odio que cohesione a su electorado. Ya no trata de ganar el primer lugar, sino evitar el tercero.
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